Palabras: Policía, Bosque, Loco,
Noche, Chupacabras
“Chupacabras.” Dijo la anciana una
y otra vez. “Fue el chupacabras. Sí, sí. El chupacabras, te lo digo yo.” La
agente Olalla Crespo suspiró. Todo el mundo en ese dichoso pueblo repetía lo
mismo, ni que fuesen a comisión. El chupacabras. ¿No entendían que no ayudaban
nada? Guardándose su indignación para sí, despidió con educación a la mujer y regresó
a la escena del crimen. El cadáver ya estaba oculto en ese momento, con una
manta térmica negra que parecía intentar hacer creer que estaba dormido. Pero
no. No lo estaba.
Nunca podría olvidar el momento en
el que lo encontró. En sus más de veinte años en el cuerpo nunca había visto
algo semejante. La hierba estaba bañada por el rojo oscuro de la sangre seca,
no entendía cómo había gente que podía describir ese color como hermoso. A ella
simplemente le daba grima. Los ojos del anciano, azules y vacíos, perdidos entre
las nubes. La boca, abierta en un estertor disfrazado de sonrisa. La mano,
cerrada en un puño sobre su bastón, como si fuese a servirle para protegerse.
La otra mano, completamente abierta, a cinco metros del resto del cuerpo. Y del
cuello para abajo…
Bueno, por primera vez podía dar
gracias a haberse criado con unos padres carniceros. Era una imagen difícil de
describir, y más aún de soportar. Sino que se lo digan a su compañero, el
novato agente Pazos. Mucho gimnasio y mucho tatuaje, pero en apenas dos
segundos, bilis y almuerzo decoraban la rueda del coche.
Crespo miró de nuevo el bulto que
era el cadáver. Luego a su compañero, blanco como la cera, tomando declaración
a un matrimonio, luego a sus propias manos, temblorosas, y por último al cielo.
Y suspiró. Era una simple policía local de un pequeño ayuntamiento en medio del
bosque perdido de la mano de dios, ¿por qué le pasaba esto? Lo más emocionante
de su carrera fuera detener a un imbécil por destrozar un banco del parque. ¿Y
ahora un loco animal salvaje se ponía a descuartizar a gente? ¿No se suponía
que lo más peligroso que habría por la zona sería algún gato montés salido?
Maldita sea.
Afortunadamente, de investigar el
caso se encargarían otros policías, que ya estaban allí, trabajando en la escena
del crimen. Pero su instinto le decía que ella no se iba a librar tan
fácilmente de problemas. Al fin y al cabo, era su jurisdicción. Si pasaba algo,
por suerte o por desgracia, siempre era la primera en enterarse.
Sin saber qué hacer, sin ganas de nada
más que de irse a su casa y tirarse en la cama, se acercó al grupo de vecinos
allí reunidos. Parecían robots sin vida que sólo eran capaces de murmurar entre
sí y observar la escena como si se tratase de una película mala del sábado por
la tarde. De esas que no te gustan pero no puedes dejar de mirar porque tampoco
tienes otra cosa que hacer. Una de cada tres palabras era “chupacabras”. Que
pesados. Todo porque un par de años antes, tres o cuatro cabras del pueblo
fueran encontradas destripadas, y una marujona que viviera unos años en algún
lugar de Sudamérica se empeñara en que era cosa del chupacabras. Y todos la
tomaron como una fuente contrastada, claro. Así va el país. Lo más seguro es
que fuese algún perro salvaje o algo por el estilo. Siempre acababa siendo así.
Gracias a dios, se les pasara la
tontería al ver que tras meses y meses, no volvía a morir un animal. O así era
hasta apenas dos semanas atrás, cuando encontraran otra cabra y una oveja
masacradas con apenas un día de diferencia. Y ahora este hombre. Y el temor al
chupacabras volvía a apoderarse de la población. Y aun peor que antes, ya que
ahora daba caza a humanos. Vaya sarta de patrañas. Vale, quizás esto no hubiese
sido obra de un perro loco. A lo mejor se trataba de algún lobo con la rabia o
algo así. Qué sabía ella. Pero de ahí a criaturas asesinas del folclore de vete
tú a saber dónde, había un gran salto.
Lo que le dijeron sus superiores un
par de horas después no mejoró la situación. Que tendrían que turnarse ella y
el novato para hacer rondas nocturnas durante unos días. Manda carallo, ni que
no tuviese otra cosa que hacer que montar el paripé con los vecinos para que se
sintiesen más seguros. ¿Qué esperaban, que una vieja y un inútil sin pelos en
los huevos les protegiesen de un monstruo asesino chupador de sangre? Si dios
es el opio del pueblo, la esperanza es la cocaína.
Pero nada, le tocaba currar.
Consiguió ganar en su lucha contra las instrucciones del endemoniado DVD para
dejar grabando su serie favorita, se puso el uniforme, enfundó esa pistola que
no usara más que en el campo de tiro, y la porra cuya mayor utilidad era como
rodillo para amasar el pan, y se echó a caminar por el pueblo adelante. Le
habría gustado ponerse los auriculares para ir escuchando música, o ir jugando al
Crabby Flash con el móvil, pero
conocía a esa gente. No los veía, pero sabía que entre esas cortinas, tras esa
otra mirilla, a través de aquella persiana…, los ojos de medio pueblo estaban
fijos en ella. Así que eso era ahora, una pantomima armada y uniformada, con
una linterna en la mano, creando una ilusión de seguridad. ¡JA! Ni siquiera
eso.
De repente, una especie de chillido
ahogado recorrió la noche. Crespo se estremeció, pero enseguida se recuperó.
Sería algún animal nocturno, nada más. Mucho se burlara mentalmente de Pazos,
pero ella tampoco estaba para esos sustos. De nuevo, otra vez ese sonido. Venía
desde un parque en los lindes del bosque. “Chupacabras”, sintió decir desde lo
más profundo de su cerebelo. No. Algún perro herido o algo por el estilo,
seguramente. Pensó en seguir andando, pero su conciencia no le permitía ni
planteárselo. ¿Y si al día siguiente algún inocente niño se encontraba un pobre
cachorrillo muerto mientras jugaba al escondite?
Crespo no encontró nada en la zona de juegos,
así que se internó entre los árboles. Unos diez metros como mucho, se dijo. No
iba a fingir que tenía los ovarios suficientes como para adentrarse más en el
bosque a esas horas de la noche. Ya no era tan joven como antes. No podía dejar
de temblar. Intentaba pensar en otra cosa, pero solo una palabra le venía a la
cabeza. Chupacabras.
Nada, no podía, tenía que irse. Se
giró y, nada más dar el primer paso, pisó algo con muy poca consistencia,
patinó y cayó de bruces contra el suelo. Saboreó tierra, humedad y óxido, y al
limpiarse la cara con la mano, se dio cuenta de que estaba manchada de sangre.
No, no, no. Se irguió hasta quedarse sentada, y alumbró con la linterna lo que
había bajo sus piernas. No podía ser. Entonces escuchó un gruñido que venía de
su espalda. Se volvió con cuidado, con los pelos como escarpias, y lo vio.
“¿Chupacabras? Y una mierda. Siempre era un perro. Lo sabía. Imbéciles.” Esas
habrían sido sus últimas palabras si hubiese sido capaz de abrir la boca.
**************************************************************
Gracias a Pepe por las palabras, y espero que os guste la primera publicaicón. Se irá mejorando con el tiempo.
"Siempre se ha de conservar el temor, mas jamás se debe mostrar."
Francisco de Quevedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario