Temática: Amistad
Palabras: Isla, Ceniza, Huir
El traqueteo del coche estaba
poniendo a Hakim de los nervios. Había tenido que meterse por esas carreteras convencionales
mal asfaltadas y repletas de baches porque su estúpido coche no daba para más. Es decir,
no le llegaba llevar un coche lento de por sí, no, sino que además tenía que coger el camino
más largo y peor cuidado. Pero valía la pena. Miró hacia el asiento del copiloto,
donde se encontraba Amalia. Sí, por ella valía la pena.
Sus ojos volvieron a dirigirse al
frente, y el cielo azul y la gris carretera se fundieron en su retina, conformando una escena de su pasado. Tenía siete años, y llegaba al
orfanato por primera vez. Su madre había muerto hacía unos días, y acababa de enterarse de que la poca familia que tenía no era capaz de hacerse cargo de él.
Podía sentir aun los ojos cansados de tanto llorar, las lágrimas secas en sus
mejillas, la arrugada mano del asistente social que lo acompañaba... Y la mirada
de una pequeña niña pelirroja de ocho años mientras jugaba con un cochecito de plástico.
¿Cómo olvidarlo? Esperaba sentado en
una dura silla apoyada en la pared del pasillo, con sus cortas piernas colgando sin tocar el suelo, mientras al otro lado de una maciza puerta se rellenaba el papeleo que formalizaría su nueva vida. Entonces en escena entraba Amalia, arrastrando un pequeño descapotable rojo sobre aquel azul parqué, imitando los
ruidos del motor con su boca.
Él la observaba sin prestar mucha atención, como si no fuese más que un juguete que andaba por ahí porque alguien le había dado cuerda. Y entonces ella se había detenido ante él, lo había mirado con sus penetrantes ojos grises y luego le había sonreído. Y sin motivo aparente, otra sonrisa se había dibujado en la cara de Hakim. La primera desde que le había llamado la directora del colegio para comunicarle que… Mejor no acordarse de esa parte.
Él la observaba sin prestar mucha atención, como si no fuese más que un juguete que andaba por ahí porque alguien le había dado cuerda. Y entonces ella se había detenido ante él, lo había mirado con sus penetrantes ojos grises y luego le había sonreído. Y sin motivo aparente, otra sonrisa se había dibujado en la cara de Hakim. La primera desde que le había llamado la directora del colegio para comunicarle que… Mejor no acordarse de esa parte.
Adaptarse a la vida en un orfanato
era difícil, pero Amalia hacía que pareciese fácil. La soledad, la ausencia de
sus padres, abandonar el hogar… Todo amenazaba con abrumarle, pero ella era como
una muralla que lo protegía, no, más bien, como una isla en la que podía
refugiarse, un remanso de tranquilidad rodeado de un océano de sufrimiento. Sí, eso era. Cuando ella no estaba se sentía solo y asustado, pero
cuando desembarcaba en la isla, todo eso desaparecía. Era como si al estar con ella su simple presencia le permitiese huir del dolor y sustituirlo por felicidad.
Los años pasaron, y Amalia era todo
lo que una amistad podía soñar con ser. No era solo su amiga, era su familia,
era su hogar, era todo lo que necesitaba y más. Era la sonrisa ante cada logro,
el abrazo ante cada pérdida, la reprimenda ante cada estupidez y la compañía en
cada juego. Y esperaba que él hubiese sido lo mismo para ella. No se merecía menos.
Un claxon sacó a Hakim de sus
ensoñaciones. ¡Hostia!, el semáforo ya estaba en verde. Pisó el acelerador con
fuerza, ya que estaba algo encasquillado, y continuó su camino ignorando los
insultos del hombre que le había pitado. Al mirar por el retrovisor se fijó en
que casi se pierde la señal que indicaba que se encontraba a 50 kilómetros de
Gibraltar. Por fin, ya estaban llegando, pensó mientras desviaba la mirada de
la carretera para echar un vistazo rápido a Amalia.
Sí, Gibraltar le traía muy buenos
recuerdos. Se remontaba a unos doce años atrás, cuando los dos eran unos
adolescentes, y él había encontrado una familia de acogida. Ella seguía en el
orfanato, y aprovechaban para verse todo lo que podían, así que solían hacer
escapadas todas las semanas. Ceuta no era muy grande, por lo que casi siempre
acababan en algún lugar de la península de Almina. A Amalia le encantaban las
vistas que había desde allí del otro lado del estrecho, y había conseguido que también conquistasen a Hakim.
Siempre hablaban de que alguna vez
irían a Gibraltar, de que verían Ceuta desde el otro lado del mar, conocerían
a esa gente que hablaba en inglés con acento andaluz y también a los famosos macacos
del peñón. Sí, imposible no recordarlo. Una de esas tardes fue cuando Hakim se atrevió a
contar a Amalia que no iban nada bien las cosas con su familia de acogida. Le
había enseñado los moratones y las quemaduras de cigarrillo, y había visto la
ira en sus ojos por primera vez.
Tendría que habérselo contado mucho
antes, se dijo Hakim mientras se rascaba la barba, esperando que avanzase la cola para cruzar
la aduana. Habían sido unos meses horribles, y la determinación
de Amalia había conseguido salvarlo de ello en un par de días. Como siempre, su
isla estaba allí para mantenerlo seguro. Si no fuese por ella, no
podría haber huido de aquella casa, de aquel sonriente hombre que le pedía que le llamase "papi" mientras… Mejor no recordar aquello tampoco.
Mientras el coche circulaba por las
estrechas calles de la villa, Hakim no podía evitar pensar que no era para
tanto. Era poco más que un pueblo, un lugar cualquiera, que aparentemente no
tenía nada en especial. Pero lo tenía para ellos. Podrían haber ido antes,
mucho antes, pero siempre habían dado por sentado que tendrían tiempo. Los dos
se habían mudado a Málaga para estudiar, pero habían decidido dejarlo para
cuando tuviesen coche. Luego ella se había ido a trabajar a Madrid, y él había
conocido a Carol, y aunque gracias a las nuevas tecnologías no habían perdido
el contacto, sí que habían perdido Gibraltar. La verdad, apenas recordaba
haberlo mencionado en los últimos años. Pero como estaba demostrando, no lo había
olvidado.
Aparcó cerca de un acantilado,
desde el cual supuestamente se veía su ciudad natal. Pero el cielo estaba
demasiado nublado, se podía intuir una especie de sombra, pero podía ser tanto
Ceuta como una ilusión óptica. Lo sentía mucho por Amalia, pero no podía hacer
nada por solucionarlo. Ese viaje le había salido por un ojo de la cara, y todo
para que unas malditas nubes les fastidiasen el momento. Pero bueno, no iba a
mentir, había valido la pena. Por Amalia, todo valía la pena.
Así que Hakim abrió la puerta del
copiloto, y cogió con sumo cuidado la urna que contenía las cenizas de Amalia. Con
los ojos empañados, besó la fría superficie de cerámica y se dirigió al borde del risco.
Había planeado dar un discurso, decir algo bonito para despedir a su mejor
amiga, pero no era capaz. Lo único conseguía procesar su cabeza eran los
miles de recuerdos de Amalia que se encontraban almacenados en ella, y se dio
cuenta de que era suficiente. La mejor forma de honrarla era llevarla siempre en
su memoria.
Así que, al mismo tiempo que las
silenciosas lágrimas que recorrían su cara luchaban por no ser llevadas por el
viento, Hakim abrió la urna y dejó que Amalia saliese volando hacia el mar. Se
quedó allí, atontado, observando como las cenizas parecían ser transportadas
mágicamente hasta la superficie del agua, como se depositaban en ella con la gracilidad
propia de la vivaz pelirroja, y como flotaban unidas en una formación que
parecía ensayada, como si de una isla se tratase.
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"Las buenas fuentes se conocen en las grandes sequías; los buenos amigos, en las épocas de desgracia."
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