martes, 12 de enero de 2016

Mariposas en el estómago

Palabras: Colostomía, UCI, Embarazada, Torniquete, Abel Caballero

Sabela se acarició la barriga y sonrió. Otra patada. Le encantaba esa sensación, era como una bandada de mariposas revoloteando en su estómago. Bueno, no exactamente ahí, pero ella se entendía. Que juguetón estaba ese día el pequeño Leo. O Roi. O Damián. No estaba decidido aún. Y acto seguido, la sonrisa desapareció de su rostro y se fue corriendo al baño. Dios, todo el día meando. Por cada cosa bonita que tenía el maldito embarazo, cien asquerosas de regalo.

Minutos después, se secaba las manos con el pantalón del uniforme mientras entraba en la UCI. Era un día tranquilo, solo estaban allí sus compañeros Inés y Aarón, y dos pacientes, una mujer que seguía dormida tras su colostomía y una anciana que acababa de despertarse y suplicaba por un poco de agua. Sabela se acercó a ella y le dijo que lo sentía, que entendía esa sensación de sequía en la garganta pero que no podía beber nada todavía.

Luego se acercó a los otros dos enfermeros, que cuchicheaban sin parar, y se unió a su conversación. Parecía ser que el hermano de Aarón había sido despedido otra vez. Pobre. Si es que ya decía ella que el país iba fatal. Y aun por encima habiendo estudiado filosofía… Es que no iba a encontrar trabajo en la vida.

De repente, una especie de estallido retumbó por toda la sala. Los tres cruzaron la mirada. Sería algo que se cayó, dijo Inés, y los otros dos asintieron, aunque en el fondo sabían que había sonado a otra cosa… Sabela dejó caer unos partes del susto, y cuando se agachó a recogerlos se volvió a escuchar. Y otra vez. Y otra. Se incorporó tan de golpe que se dio un cabezazo con la esquina de la mesa, y con lágrimas en los ojos miró a sus compañeros y dijo lo que pensaban. Eso eran disparos.

Como si el universo quisiese darle la razón, un murmullo de gritos, pasos y puertas abriéndose y cerrándose se abrió paso hasta sus oídos. Otro cruce de miradas a tres bandas. ¿Qué hacían? La decisión fue fácil en cuanto escucharon dos disparos más, esta vez a apenas unos metros de la UCI. Inés corrió hacia una puerta y Aarón hacia la otra, y las cerraron a cal y canto mientras Sabela apagaba toda luz y aparato que no fuese imprescindible.

Los chillidos y los gritos cada vez estaban más cerca. Sabela no supo si sería por instinto de supervivencia o simplemente por ver tantas películas, pero los tres enfermeros, aunque ninguno estaba preparado para algo así, actuaron al unísono. Nada de hablar, solo se comunicaban por gestos. Aarón corrió a tranquilizar a la anciana, que había empezado a gritar y a llorar, asustada, y consiguió hacerla callar. Pero quizás fue demasiado tarde.

Se oyó un disparo aún más fuerte que los anteriores, y la puerta de la UCI se abrió de golpe. Un hombre y una mujer entraron corriendo, los dos apuntando a todas partes con las negras y humeantes pistolas que portaban. A gritos, ordenaron a los enfermeros que se pusiesen de rodillas con las manos en la espalda y la cara mirando al suelo, y mientras que Aarón e Inés obedecieron, Sabela quedó inmóvil y, sin saber por qué, se echó a reír como loca.

No sabía que le pasaba, pero su mente se había quedado atrapada con la imagen de los dos atracadores entrando en la estancia con… ¿Con caretas de Abel Caballero? ¿En serio? Estaban intentando asesinarles unos locos que ocultaban su identidad con unas cartulinas mal recortadas con la cara del alcalde a medio despegar por usar algún cutre pegamento. Tenía que estar soñando. Una gran carcajada fluyó por su garganta, al mismo tiempo que notaba la orina mojando su ropa interior. Lo que le faltaba. Y la risa aumentó.

Los dos atacantes, confusos, se pusieron a gritar a Sabela para que parase de reírse, pero no podía parar. Y entonces, la enfermera nunca supo exactamente como pasó, pero el borrón azul que era Inés se lanzó sobre la mujer y la tiró contra el suelo. Y entonces otro disparo. El grifo de la risa se detuvo enseguida, cerrado por el gemido de dolor de su compañera. La atacante se levantó con la ayuda del hombre, y pegó una patada a la enfermera, que se aferraba sollozando al brazo empapado en sangre.

Sabela quería ayudar, pero no era capaz. Miró hacia atrás, y vio a Aarón y a la anciana paciente obedeciendo la anterior orden que les habían dado. Con los dos cañones apuntándola a la cara, y la voz de Inés de fondo, los imitó. Entonces vio como los dos asesinos se acercaban a la camilla de la otra mujer, la observaban, leían su nombre en la mesilla, y confirmaban que allí estaba la persona a la que buscaban. El hombre dio una orden, y su acompañante salió disparada, en busca de sus otros compañeros.

Él lanzó una mirada gélida a Sabela, con una amenaza implícita para que no se interpusiese en su camino, y luego apoyó la pistola en la nuca de la paciente. Sabela cerró los ojos, no quería ver como su cabeza estallaba en una procesión de sesos, hueso y sangre. Y una bandada de mariposas recorrió su vientre. Ese fue todo el estímulo que necesitó.

Sabela se levantó de un salto, y sintió como la adrenalina recorría todo su cuerpo mientras arrancaba la bolsa de suero de la anciana y se la lanzaba al agresor a la cara. El plástico no se rompió, pero aun así causó la distracción suficiente como para que Sabela llegase a él y le diese un fuerte puñetazo en la mandíbula, seguido por una patada y otro puñetazo en la cabeza, que le hicieron perder la estabilidad y el arma. La enfermera la recogió del suelo, ignorando sus nudillos ensangrentados y despellejados, y le golpeó con ella un par de veces en esa cara ensangrentada hasta que lo dejó inconsciente.

Sin pararse ni a recuperar el aliento, ordenó a gritos a un amedrentado Aarón que le ayudase a asegurar la puerta reventada usando un par de armarios. Y después hicieron lo mismo con la siguiente. El enfermero le hacía caso, pero era poco más que una marioneta temblorosa. Lo entendía, no sabía cómo podía ser ella capaz de estar haciendo eso. Pero mejor no pararse a pensarlo y seguir con ello. Ya le daría vueltas después.

La anciana estaba llorando en una esquina, pero no podía pensar en ella. Aún no. Sabía que no le estaba haciendo ningún bien estar sin el suero, pero sobreviviría. Inés era más importante. Tras comprobar la herida, y ver el gran charco de sangre que había dejado, mientras Aarón vomitaba en una papelera, ella rompió una sábana y la usó para hacerle un torniquete en el brazo. Tardó más de lo debido, la mano con la que pegara al asesino no estaba en su mejor momento. Pero logró realizarlo con éxito. En cuanto terminó, la adrenalina se desvaneció de su sistema como si nunca hubiese existido, y se sintió blanca y fría como la nieve. ¿Qué había pasado?

Tartamudeando, pidió a Aarón que estuviese pendiente del torniquete, y el enfermero, ahora más calmado que ella, procedió a hacerlo. Entonces Sabela fue hacia el oloroso cubo de basura y su desayuno se unió al de su compañero. ¿Qué había pasado? Se preguntó de nuevo. Sus oídos habían pasado los últimos minutos taponados, para ellos solo existía el interior de la UCI, pero en ese momento recordaron que había un mundo ahí fuera. Ahora podía escuchar, además de los pasos, los gritos y los disparos, una especie de melodía que no lograba ubicar pero la hacía sentirse segura. La policía ya estaba allí.

No todo había acabado aun. Media hora de tiroteo y otra de silencio completo se sucedieron, mientras Sabela, Aarón, la anciana y las dos mujeres inconscientes esperaban, inmóviles y sin producir ruido alguno, a que todo pasase. No fue hasta que los primeros agentes entraron en la UCI que Sabela se permitió abrazar a uno de ellos y dejar que las lágrimas y el miedo fluyesen desde su interior.

Escuchó como les explicaban quién era la paciente y por qué se había armado tanto lío para intentar asesinarla. Luego, como Aarón les respondía con lo que había pasado, y como los policías la llamaron heroína. Pero no lo era. No quería serlo. Por favor, ojalá no lo hubiese sido. Se suponía que iba a ser un día normal, que solo tendría que hacer su trabajo, ir muchas veces al baño y volver a casa a ver la tele, discutir con su marido y luego quizás un poco de sexo, con o sin él. Y así iban a ser todos los días del resto de su vida. El miedo, la muerte, la sangre, el sudor y la orina en su ropa, los gritos…. Otra vez las mariposas. Tranquilo cariño, mamá no volvería a hacer algo así. No valía la pena. 

Pero entonces, vio como una débil y pálida Inés abría los ojos un segundo, y luego volvía a cerrarlos. Vio como su pecho subía y bajaba. Como los médicos atendían a la paciente inconsciente, como la máquina marcaba sus constantes vitales estables. Y de nuevo, otro movimiento en su interior. Sí, vale, tienes razón. Había valido la pena.


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"Un héroe es todo aquel que hace lo que puede." 
Romain Rolland

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