martes, 5 de enero de 2016

Otro cuento de Navidad

Especial Navidad

Palabras: Fuego, Heces, Amor, Papá Noel, Rebote

Vamos, vamos, que no llegaban. La pequeña Aroa movía sus piernas lo más rápido que podía, dejando atrás a sus cargados padres, para llegar a la casa de sus abuelos cuanto antes. Saludó a su abuela sin mirarla siquiera y apuró para sentarse en corrillo con el resto de sus primos alrededor de Santa Claus. El viejo hombre sonrió debajo de su barba blanca, y miró con amor a la anciana. Aroa pensó que menos mal que no estaba el abuelo allí, se pondría muy celoso. Aunque si Papá Noel quería a su abuela, nadie podría impedirle casarse con ella, no había persona más poderosa en la tierra. Esperaba que no fuese así, por el bien de su abuelo.

El hombre carraspeó y Aroa abandonó sus ensoñaciones para atender. Otro año más, Papá Noel les contaría a todos los primos una historia antes de la cena de Nochebuena. Era el mejor momento de la noche. Todos sentados junto a la estufa, en silencio, escuchando un entretenido cuento de los labios de mismísimo Santa Claus en persona.

-Érase una vez -comenzó-, en las cercanías de la famosa ciudad de Belén, una joven mujer estaba a punto de dar a luz…

-¡La Virgen María! -gritó Dani, uno de los niños. Aroa, al igual que los demás, puso mala cara a su primo, quien enrojeció por completo y agachó la cabeza, avergonzado.

-Niños, no le miréis así, no pasa nada. No, Dani, no hablo de la Virgen María. Todos conocemos su historia, de como ella y José tuvieron que refugiarse en un pesebre para que naciese el niño Jesús, mientras escapaban del malvado Herodes que mataba a todos los bebés, ¿no? -todos asintieron, y entonces prosiguió- Pues yo no os voy a volver a contar su historia, os voy a hablar de su vecina Salomé, y del otro especial nacimiento que aconteció esa noche.

>>Era una fresca noche de verano, aunque se haya puesto de moda decir que era de invierno, y el joven Fasael volvía corriendo a toda prisa a su casa. El sudor empapaba su pelo, la sangre, su ropa y el miedo, su espíritu. Sólo una cosa consiguió detenerlo un instante, el resplandor de una estrella fugaz que atravesó el cielo nocturno. Algo en ella lo hipnotizó unos segundos, pero no tardó en reemprender la marcha.

-¡La estrella fugaz de los Reyes Magos! -chilló Lucía, la hermana mayor de Dani.

-Sí, Luci, muy bien. Pero Fasael no tenía ni idea de qué hacía esa estrella, ni de quienes eran los Reyes Magos. Él solo tenía en mente a su hermana Salomé, y en que tenía que llegar a ella cuanto antes. Sus oídos la encontraron antes que sus ojos, con esos gemidos de dolor que rasgaban la noche. Fasael entró a toda prisa en la casa, dónde su madre ayudaba a Salomé, con esa gran barriga que parecía estar a punto de reventar, a acomodarse en la cama. El hombre la detuvo. No había tiempo para preguntas, tenían que coger la mula y sacar a su hermana de ahí cuanto antes. Tanto ella como el bebé corrían peligro.

>>Unos minutos después, hombre, mujer, bombo y mula se adentraban en el desierto, rumbo a Belén. Fasael le daba a Salomé la trágica noticia de la muerte de su marido, que se sacrificara para que él fuese capaz de llegar a ella. Parecía ser que iba a nacer un niño, al que llamaban el Rey de de los judíos, y a Herodes no le hizo nada de gracia la noticia. Al loco rey de Judea no se le ocurrió otra cosa que ordenar asesinar a todos los niños de la región, y a cualquiera que se interpusiese en su camino.

>>Salomé estaba tan concentrada en aguantar las ganas de gritar por el dolor que no era capaz de asimilar lo que le había contado su querido hermano. Sólo tenía clara una cosa: tenían que huir de allí. No solo por su vida, sino por la de esa criatura que albergaba en su vientre. A pesar de saber que era su cometido desde que nació, siempre había temido ser madre, pero ahora que lo iba a ser, no podía ser más feliz. Saber que llevaba una pequeña vida en su interior, que dependía de ella, que existía gracias a ella… No había cosa que la hiciese sentirse más orgullosa, más útil.

>>Tras una larga y extenuante caminata, por fin llegaron a Belén. Fasael contaba con encontrar alguna posada, o la habitación de algún vecino, lo que fuese, algún lugar cubierto en el que poder ocultarse mientras nacía el crío. Pero ocultos, lo que se decía ocultos, no podrían estar. Nunca había visto a tanta gente junta. Cientos y más cientos de pastores, con sus familias, sus animales y sus bastones, desbordaban el lugar. ¿Qué diablos? Salomé quedó un momento atrás, con la mula, mientras el hombre se acercaba a preguntar qué pasaba.

-¡Estaban visitando al niño Jesús! –interrumpió esta vez Aroa, llevándose las manos a la boca a modo de disculpa.

-Sí bonita, pero tenéis que dejar de interrumpirme. –dijo Santa Claus con una sonrisa en los labios- Y eso fue más o menos lo que le dijo una pastora a Fasael. Que una virgen estaba teniendo al hijo de Dios en un pesebre allí mismo…

-¿Pero qué es una virgen? –preguntó Dani.

-Cómo iba diciendo –continuó el hombre, ignorando la pregunta sonrojado-, Fasael ya tenía su respuesta, así que volvió con Salomé. Poco le importaba a él el nacimiento del hijo de Dios, lo único que tenía en mente eran el bienestar de su hermana y su sobrino. Mira que no tendría sitios y sitios para nacer el dichoso rey de los judíos. A pesar de que imaginaba lo que iba a pasar, preguntó tanto en la posada como en algunas de las casas por alojamiento, sólo lo necesario para que tuviese lugar el parto. Pero nada, todo ocupado, y nadie se apiadó de ellos para acogerlos. Corrían tiempos peligrosos para alojar a un recién nacido en tu casa.

>>Salomé, que se encontraba al borde del desfallecimiento, propuso buscar cualquier esquina tranquila, y tenerlo allí, aunque fuese al aire libre. Con un lugar remotamente cómodo le bastaba. Pero Belén había sido conquistada por pastores y sus rebaños, y por lo tanto, se hizo difícil encontrar un mísero espacio sin… Bueno, no vamos a ser finos niños, que estaba todo lleno de cagadas. -dijo en tono jocoso, haciendo reír a los niños- No es broma chicos, vosotros llenad las calles de un pueblo de animales y ya veréis que pasa.

>>Al caso, entonces de nuevo, Salomé, que ya no podía enmudecer la mitad de sus gemidos, se montó de nuevo en la cansada mula, y Fasael las guió a las afueras de Belén. Y entonces se dio cuenta de que era misión imposible. Fuera del poblado, lejos de la gente y las casas, hacía demasiado frío. No es como lo pintan en los belenes niños, con su nieve falsa y su vegetación hecha con musgo. Se trataba realmente de una región estéril, casi un desierto, sin plantas siquiera para usar como refugio o abrigo. No sabía qué hacer. Estaba a punto de rendirse, y de decirle seriamente que no tenía otra que tener a su bebé entre la mierda de las ovejas, cuando notó un brillo anaranjado sobre el terreno, no muy lejos de allí.

>>Fasael tiró con fuerza de la mula, esperanzado, y fue más feliz que nunca cuando confirmó que se trataba de unas brasas. Alguno de los pastores debía de haber prendido una hoguera para calentarse de camino a Belén. Pues fuese quien fuese, puede que acabase de salvar dos vidas. El hombre consiguió avivar la hoguera a partir de esas brasas, y ayudó a Salomé a tenderse a su vera. Luego además sentó a la mula junto a ella, para darle todo el calor posible. La mujer ya no conseguía ahogar su dolor, el niño estaba a punto de salir.

>>El hombre no tenía idea alguna de como traer al mundo a un niño, y siguió las indicaciones de su hermana como pudo. Fue una noche larga, larga y dura, pero por fin, al alba, una pequeña y hermosa niña tomó su primera bocanada de aire. Era un cacho de huesos y piel arrugada, cubierto de sangre y lágrimas, pero era preciosa. Cuando Fasael fue capaz de quitarle los ojos de encima para cedérsela a su madre, fue consciente de la cantidad de sangre que manaba del cuerpo de la mujer. No…

>>La mirada de Salomé lo decía todo. Era consciente de lo que estaba pasando, pero solo quería a su niña. Fasael la instó a subirla en la mula de nuevo, la llevarían a algún curandero. Pero ella, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad y tristeza por igual, negó con la cabeza. Le dijo que mirase al horizonte, y eso hizo. Podía avistarse ya una columna de los soldados de Herodes. No… Alguien debía de haberles dado el chivatazo de que el niño a quien buscaban, por quien habían perdido la vida absurdamente decenas de inocentes, estaba en Belén.

>>Poco después, un derrotado Fasael avanzaba como podía sobre el desierto, con un pequeño, húmedo y, afortunadamente, dormido fardo, entre los brazos. De sus retinas no desaparecía el fuego de la mirada de su hermana, que deprendía amor y valor a partes iguales. Miró a la pequeña Salomé. Nunca tendría oportunidad de conocer a su homónima, nunca podría conocer esa poderosa fuerza que era el amor de una madre, eso que le había salvado la vida. Pero él se encargaría de hablarle de ella, oh sí. Si conseguían salir con vida, algo que cada vez veía más complicado. Los soldados eran más rápidos que ellos, y si no encontraban un escondrijo pronto… El sacrificio habría sido en balde.

>>Entonces se toparon cara a cara con la salvación. Y tenía cara de camello -dijo Santa Claus en un tono que consiguió sonrisas hasta en la llorosa cara de Aroa-. Fasael dio un salto hacia atrás, y se preparó para correr, pero entonces se fijó bien. No eran soldados de Herodes, eran tres majestuosos ancianos montados en dromedarios y acompañados de un séquito de bronceados pajes. El hombre supo que era su única oportunidad, así que se arrodilló y suplicó ayuda. Les aseguró que haría cualquier cosa si alejaban a la pequeña de Herodes. Haría cualquier trabajo, daría su vida, sería el mejor de los esclavos si hacía falta.

>>Como respuesta, el primero de los ancianos, un hombre con una senda barba blanca, sin bajarse siquiera del dromedario lo miró sin mirarlo y le dijo que lo sentía, pero que ellos habían hecho ese viaje por otro niño. Solo por un niño, y por nadie más. No le entregarían a Herodes, pero tampoco le ayuda… Su discurso se vio cortado por sus dos acompañantes, uno más joven y con una espesa mata castaña cubriendo su mandíbula, y otro completamente lampiño, con la piel oscura como el ébano. Fue este el que dijo que ignorase las palabras de su compañero, que les ayudarían sin duda alguna. Y no necesitaban nada a cambio. El de la barba blanca empezó a protestar, pero el joven le cortó. Habían hecho ese viaje por un niño muy especial sí… Y ahora tenían la oportunidad de ayudar a otra. Todos los niños eran especiales, sin importar de quien hubiesen nacido, o cómo o dónde. Así que sí, llevarían a los dos con ellos, y no había nada más que hablar.

Se hizo el silencio en la habitación, hasta que los niños comprendieron que la historia había terminado. Aroa aplaudió levemente, al igual que alguno de sus primos, pero la verdad, no sabía si era lo que tenía que hacer. Su madre, con los ojos rojos como cuando cortaba cebolla o cuando jugaba a los gritos con papá, riñó a Santa Claus. Que como contaba una historia así a unos niños. Pero luego le besó. Aroa no entendía nada, pero sin entender el motivo, sintió la necesidad de abrazar a su madre y demostrarle que también la quería.


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"El amor es sacrificio." 
Søren Kierkegaard

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