Palabras: Peces, Asesinato, Niebla, Bacteria, Confusión
Xelu había insistido en que no lo
hiciese, pero ahora que no estaba no podía impedírselo. Le había pedido que no
fuese a pescar a los acantilados, como hacía todos los domingos desde que tenía
memoria, hasta que se le pasase la infección que le impedía ver con el ojo
izquierdo. Que no era seguro le decía. Carla era consciente de que tenía razón,
pero necesitaba algo que la ayudase a relajarse.
Así que allí estaba, tumbada varios
metros sobre el mar Cantábrico, rodeada por una densa y blanca niebla,
intentando contemplar los últimos resquicios del amanecer estival. Junto a sus
pies descansaba una caña de pescar, con un cebo que tanto podía estar sumergido
en las frías aguas como descansando sobre las peligrosas rocas superficiales.
Carla no podía asegurarlo ya que con la niebla apenas veía a más de un par de
metros de distancia, pero no le importaba. El simple hecho de estar allí era lo
que la relajaba.
Había sido un mes duro. Su madre
llevaba varias semanas ingresada por problemas cardíacos, Xelu, dos semanas
fuera, visitando a su hermana en Estocolmo, su laboratorio nunca había estado
tan cerca del cierre y ella misma se había infectado con estafilococos mientras
trabajaba y había desarrollado una queratitis bacteriana, que era lo que le
causaba los problemas de visión. El estar de baja por despistada ponía más en
riesgo su puesto de trabajo, y la sombra del despido se cernía sobre ella. Pero
no podía hacer nada, así que se limitó a aspirar la helada brisa y a recostar
la cabeza sobre las rocas.
Seguía medio dormida cuando una voz
la sobresaltó. Se incorporó de un brinco, y trató de buscar de dónde provenía,
pero entre la niebla, la infección bacteriana y las legañas en los ojos habría
sido un milagro ser capaz de ver incluso sus propias manos. Intentó moverse lo
menos posible hasta que se ampliase su capacidad visual, temiendo dar un paso
en falso y caer acantilado abajo.
De repente, notó como algo se
posaba en su hombro cual ave de mal agüero, y no tuvo tiempo para pensar. Solo
reaccionó. Se giró, se encontró cara a cara con una borrosa y amenazante
figura, y sin saber cómo, consiguió deshacerse de ella haciéndola caer cantil
abajo. Carla se quedó paralizada durante unos segundos tras escuchar el golpe seco
del cuerpo chocando contra las rocas y un amortiguado gemido proveniente de las
profundidades mismo. ¿Qué había pasado?
Minutos después, la ácida bilis
escalaba por su garganta mientras su estómago agradecía no haber desayunado
todavía. Las saladas lágrimas parecían arder en sobre su piel, marcándola como
si fuese ganado. ¿Qué hacía ahora? Era lo único que era capaz de preguntarse
mientras observaba el cuerpo retorcido de uno de sus vecinos. Ni siquiera sabía
su nombre, ni tampoco estaba segura de haber oído su voz alguna vez, pero sí
que reconocía esa cara. No la recordaba tan pálida ni cubierta de sangre, sino
como una parte más de la parada del autobús que cogía casi todos los días para
ir a Gijón.
Todo fue tan confuso y borroso a
partir de ahí… Gritos ahogados en la niebla, olor a mar, sangre, miedo, mucho
miedo. No era capaz de asimilar lo que había pasado. Y de repente estaba
encogida sobre sí misma, bañada a partes iguales por el agua de la ducha, las
lágrimas y los temblores. No recordaba siquiera haber llegado a casa, pero ahí
estaba. El dolor causado por sus castañeantes dientes sobre sus mordidos labios
eran lo único que la mantenía en el mundo real. El mundo real. Ahí es donde
estaba. No había sido un sueño, una pesadilla, no… Había matado a alguien…
No sabía qué hacer. Intentó fingir
que no había pasado no, que en algún momento se daría cuenta de que estaba equivocada,
de que estaba soñando. Pero no fue capaz. No salió de casa en los siguientes
días. No se comunicó con nadie, excepto por un correo electrónico a su
laboratorio alegando que la infección bacteriana había empeorado y que no podía
ir y un mensaje a Xelu comentándole que estaría unos días incomunicada, que no
se preocupase.
No podía dormir, no podía comer, no
podía pensar. Estaba tan confusa… Se pasaba el día intentando distraerse entre
libros y televisión, pero fue aun peor. No debió haber dejado los informativos.
La identificación de la terrorista suicida de Madrid tras meses de investigación, la misteriosa
desaparición de la mujer detenida en el programa de Oprah y un discurso del
miedo presagiando una guerra civil en Australia acapararon la mayor parte de
las noticias, pero aunque parecieron intentarlo con ganas, no lograron ocultar
la que Carla más temía encontrarse. Sí, aquellos apenas treinta segundos
dedicados al cadáver encontrado a apenas unos quilómetros hicieron que
comprendiese el dolor que sentía Prometeo cada vez que el águila hundía su poderoso
pico en su vientre para devorar su hígado.
El corazón parecía estar a punto de
escaparse de su interior, su mente se tiñó más confusa aún que la niebla bajo
la cual había cometido el mayor error de su vida, y su ojo izquierdo lloraba
por la infección todo lo que sus sentimientos no eran capaces de expresar. Carla
se llevó las manos a la cabeza y chilló. No supo por qué, no supo si se estaba
ayudando a si misma o si le estaba gritando al mundo. Pero chilló, una y otra
vez, hasta que podía notar como su garganta le suplicaba que parase ardiendo al
rojo vivo.
Tenía que entregarse. Aunque nadie
la descubriría. Ya habían dictaminado que era un accidente, nadie estaría
investigando el caso. Además, no había pruebas contra ella, y mucho menos un motivo.
A nadie jamás se le ocurriría ponerle el foco encima. Pero había matado a
alguien. Por accidente, sí, pero había quitado una vida. Pero había sido sin querer.
Pero había sido, no importaba como. Pero no se merecía ir a prisión. Pero él no
merecía estar muerto.
Chilló de nuevo. Golpeó con fuerza
la pared hasta que no le quedó piel en los nudillos. Se sumergió en las
estanterías de libros. Ni Harry Potter,
ni Rebelión en la granja, ni En el aleteo de una libélula, ni El guardián entre el centeno
consiguieron hacer nada por ella. Llamó a Xelu. Trató de contárselo, de verdad
que lo intentó, una y otra vez. Pero simplemente las palabras no salían. Ni
siquiera podía imaginarse como empezar la historia. Era consciente de que lo
habría dejado muy preocupado, pero desconectó el teléfono de nuevo. No podía
obligarle a afrontarlo. Tenía poco tiempo hasta que llegase, tenía que
decidirse. ¿Ocultaba para siempre lo que había pasado en lo más profundo de sus
entrañas? ¿O se enfrentaba a sus actos?
Dos días después, Xelu buscaba
torpemente las llaves perdidas por su maleta. Había tardado más de lo que
esperaba en llegar a casa por culpa de esa estúpida niebla, y no podía estar
más preocupado. Llevaba dos días sin saber nada de Carla, y ahora no respondía
al timbre. Cuando logró abrirla, el mundo enteró se le vino encima. Todo estaba
completamente revuelto, objetos rotos y tirados por doquier, y una horrible
peste a pescado podrido lo inundaba todo.
-¡¿Carla?!
No recibió respuesta. Ni esa vez, ni las veinte siguientes mientras recorría
la casa de un lado a otro. ¿Qué había pasado? Confusión y preocupación bañaron
todos sus sentidos, al igual que las lágrimas y el sudor frío hicieron con su
cuerpo. Y todo pareció congelarse un instante, cuando se encontró un pequeño
frasco de plástico que debería estar a rebosar de pastillas tranquilizantes,
completamente vacío, ante la puerta del cuarto de baño.
Sintiéndose poco preparado para lo
que podría encontrarse al otro lado de esa puerta, suspiró para intentar tranquilizarse,
pero lo único que provocó fue que su corazón latiese más desenfrenadamente que
el de un colibrí. Su cuerpo no se atrevía a dar el paso. Repitió el nombre de su
pareja una vez más, sin respuesta alguna, y lentamente apoyó la sudorosa mano
sobre el pomo.
Su cuerpo no sabía que sentir
cuando se encontró el baño completamente vacío. Se dejó caer de rodillas, y
dejó que su mirada se perdiese en la sucia y familiar alfombra. Le costó un
minuto fijarse en ese rectángulo de papel blanco que reposaba sobre la misma,
adornado por una caligrafía que no podía sonarle más familiar.
Desenfundó las
gafas y lo leyó una vez. Y luego otra. Y otra más. Necesitó recorrer esas finas
letras media docena de veces para poder asimilarlo. A continuación, con una
calma que no supo de donde la había sacado, cogió el teléfono móvil de su
bolsillo derecho y llamó a su futura suegra. Alguien tendría que informarla de
que tendrían que ponerse en contacto con la policía para saber dónde podrían
visitar a Carla.
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"¿Matar a gente inocente? Te cuesta más de lo que eres."
Suzanne Collins
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