lunes, 9 de mayo de 2016

Carne de vitela de primeira calidade!

Temática: Final feliz

Palabras: Lotería, Vacuna, Calidad

-Carne de vitela de primeira calidade!  Temos de oferta carne de vitela de primeira calidade!

Esa fue la primera vez que escuché la voz de Juanita. Me sorprendió que alguien nacido a pocos kilómetros al norte de Lima pudiese hablar tan bien en gallego con ese acento propio del Salnés. Yo no estaba muy motivado para entrevistarla, así que me tomé mi tiempo. Observé a lo lejos como atendía a los clientes mientras me mensajeaba con mi amigo Toño. Las gemelas nos habían tenido en vela a mi mujer y a mí durante toda la noche, y habíamos tenido una fuerte discusión matutina. Ni siquiera mis ojeras sabían si estaban de paseo por mi cara por sueño o por cansancio.

Me desahogué con Toño, contándole todo sobre la larga noche, la bronca con la parienta y la desilusión sobre la entrevista. No voy a mentir, no me entusiasmaba haber estudiado cuatro años de carrera de Periodismo para acabar haciendo un reportaje sobre una carnicera a la que le había tocado la lotería. Nunca me habría imaginado que esa señora me haría ver el mundo de una manera completamente distinta.

No, en ese momento solo estaba cagándome en todo por verme reducido a ese trabajo en un periódico de pueblo. Mientras otros cubrían el atentado de Madrid, los conflictos en Australia o aquella misteriosa mujer inglesa que salvaba vidas todas las semanas, a mí me tocaba esperar a que A Juanita despachase toda la mercancía.

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En parte no podía evitar sorprenderme cada vez que oía esos cánticos. No es que conozca a muchos millonarios, pero no creo que ninguno de ellos suela gritar algo ni remotamente parecido. Aunque sus palabras resonaban en mi cabeza, yo seguía sin hacerle mucho caso. Seguía pendiente de mi conversación con Toño, de otra con mi señora, que llevaba toda la mañana pateando farmacias en busca de la vacuna para la meningitis B para nuestras niñas, y de otra sobre los preparatorios para el cumpleaños de una amiga de la infancia. Sí, aunque mis oídos estaban pendientes de ese acento peruano del Grove, mis ojos seguían pendidos en la pequeña pantalla de mi móvil. Quizás por eso tardé demasiado en darme cuenta de que mis oídos habían dejado de escuchar esa oferta de carne de primera calidad.

En cuanto lo hice, debería haber reaccionado a toda velocidad, pero no voy a mentir tampoco. Me dirigí perezosamente al puesto de la carnicera, dónde Juanita y su joven ayudante recogían el producto y lo guardaban para el turno de tarde. En cuanto me acerqué, el ruborizado chaval adivinó inmediatamente a qué iba, y susurró algo al oído de su jefa. La mujer me miró de arriba abajo, me sonrió como si me conociese de toda la vida, y se acercó. En ese momento ya fui consciente de que esa mujer era especial. Sólo con esa mirada y esa sonrisa me había transmitido… No sé explicarlo.

Cuando entrevisto a alguien, siempre tengo miedo a sentirme vulnerable, a que se giren las tornas y sea yo quien acabe siendo el entrevistado. Siempre me pasa, tanto la vez que entrevisté a la ministra de Defensa como cuándo me tocó hablar con el niño que había ganado un concurso de dibujo en su colegio. Por lo tanto, antes de cada una, levanto una muralla de ladrillos amasados con indiferencia sobre mi corazón, una muralla que recubro una y otra vez para que nadie la derribe. Pero con Juanita… Simplemente no sentí la necesidad.

Enseguida comprobé por qué no hacía falta. Hablar con ella era tan fácil. Era como estar en casa, como estar con mi mujer o mis amigos tras un día duro de trabajo, como ir a ver a mi abuela en semana santa y dejarme sumergir por sus historias. Juanita me pidió por favor que no reprodujese sus palabras al pie de la letra. Dijo que sabía que hablaba de una forma muy coloquial, y le daba vergüenza que sus amigas se riesen de ella. Tras decir esto se rió, y me hizo reír a mí también. Todavía no tengo claro si lo dijo en serio o no, pero por si acaso, mantendré la promesa.

En apenas unos minutos ya había hecho todas mis preguntas. Tampoco es que fuese una lista muy larga, todo hay que decirlo. Pero la conversación se alargó mucho, mucho más, y yo apenas me di cuenta en el momento. En cierto sentido, Juanita me recordaba a Odèle, mi mujer. Ella también había venido desde otro país, y hacía años que era más ourensana que marsellesa.

Vale, su tímido acento francés no había desaparecido de manera tan evidente como el de la mujer que tenía ante mí, pero no es a eso a lo que me refiero. Dejadlo, es difícil de explicar. Lo resumiré en que no era solamente su forma de adaptarse a una nueva tierra lo que me recordaba a Odèle, sino también esas sonrisas, esos gestos, esa retranca, que me hacían sentir cómodo y seguro hablando con ella.

Sus respuestas me habrían sorprendido en cualquier otra persona, pero por algún motivo, no en ella. No sé, podía sentir que le venían como anillo al dedo. Lo primero que hizo cuando ganó la lotería fue invitar a una cena a toda su familia. No hizo ningún derroche, tampoco invirtió en bolsa. No dejó la carnicería ni un solo día, no se compró ropa nueva, no visitó ninguna ciudad.

No malcrió a sus sobrinos, tampoco a sus nietos. Mandó un poco de dinero a su hermana mayor en Perú, y también tapó algunos agujeros, eso sí. Tan normal, tan tediosamente normal. Y a la vez tan perfecto. No sé qué más decir. No me sorprendió hasta que ya habían pasado horas de la entrevista, hasta que le comentaba mi día a Odéle, iluminados por la pequeña pantalla del televisor.

Pero no puedo acabar la historia aquí, no, sería una injusticia que lo hiciese. Juanita me pidió encarecidamente que no contase esto, y aunque su anterior petición la cumplí, no me arrepiento nada de incumplir esta. El caso es que estábamos hablando de su negocio, cuando la voz de Regina Spektor me recordó desde mi móvil que era hora de la inyección de insulina del mediodía. Por muy cómodo que estuviese con Juanita, me parecía inapropiado pincharme el vientre delante de ella, así que me disculpé y me fui al baño de la cafetería en la que estábamos tomando unas cañas.

Cuando regresé a mi mesa, fui sorprendido porque la mujer había encargado una empanadilla de atún. Antes de que pudiese ponerme colorado siquiera e intentar rechazar el detalle, ya me había convencido de que no era nada. Sabía que me sentaría bien comer algo tras la inyección, y tenía razón. Había algo en ella que era como estar en casa, y no pude negarme.

Pero eso no es lo que quería contar, me fui un poco por las ramas. De alguna manera, lo que siempre temí, sucedió con Juanita. Y no me importó. La entrevista se dio la vuelta, ella se acabó convirtiendo en la periodista, y yo en el entrevistado. Y repito, contra todo pronóstico, no me importó. No sé si es porque era ella, o si porque realmente le tenía un miedo infundado a esa situación. Me decanto más por lo primero.

Le acabé contando mi vida. Bueno, no fue un monólogo de mi parte, ni tampoco un interrogatorio. Pero al igual que hace un amigo cuando sabe que te pasa algo, consiguió sacar mis inquietudes al exterior contando lo justo sobre sí misma. No porque fuese reservada ni nada por el estilo, no. Sino porque se preocupaba por mí. Sí, se preocupaba como una madre por un hombre que acababa de conocer y que apenas un par de horas antes maldecía al mundo por tener que hablar con ella. Deliciosa ironía.

Ahondamos en mis problemas como sólo habría hecho en una noche con mis mejores amigos o en una sesión con una psicóloga. En mis largas noches sin dormir desde que Xiana y Chloé llegaron a mi vida hace apenas unos meses. En mi mala relación con mi padre. En todos esos sueños laborales incumplidos. Y por no hablar de los pequeños problemas, los problemas del día a día. Como lo preocupados que estábamos últimamente Odèle y yo por su hermana pequeña. O como en esas malditas vacunas para la meningitis B que no aparecían por ninguna parte. Tanto Odèle como yo sabíamos que tampoco corría mucha prisa, que nuestras niñas no estaban asumiendo un riesgo muy elevado por tener que esperar más, no. Pero… Solamente queremos lo mejor para ellas, supongo.

De nuevo, me voy por los cerros de Úbeda. Aprovecho para apuntarme que debería buscar el origen de esa expresión. Juanita no se quedó callada tras oír todo esto. Ni tampoco se propuso a arreglarme la vida. No, ella no es así. Me dio su opinión, consejos personales de incalculable valor sentimental que prefiero no contar aquí, pero que los guardaré para siempre. Pero hay una cosa que me dijo, hay algo que… Digamos que necesito compartirlo. En el mundo parece un lugar un poco mejor cuando oyes cosas como esas.

“No existe el final feliz” me dijo. “Es decir, no existe sólo uno. Ni existirá nunca. Nadie llega a un momento de su vida en el que diga, soy plenamente feliz, todo está de la pitimitri. No hay nada que me haya pasado, que me esté pasando ahora, que no haga sino infundirme con felicidad. Es así meu fillo. Pero ah, no todo es tan simple, y sobre todo, tan triste. ¿Sabes por qué? Porque aunque no haya el final feliz, sí que tenemos ante nosotros una infinidad de finales feliz. Es eso a lo que iba. La mayor parte de ellos son pequeños detalles, otros, más grandes, como esas dos chiboliñas que tienes ahora en casa. Ellas son uno de tus finales feliz, tu muchacha otro, el día que aceptes que este trabajo que tienes no está tan mal, otro. Y así, suma y sigue.”

Su discurso sobre los finales felices no se limitó a eso, pero estaba tan ensimismado escuchándola que no pude tomar nota tanto como habría querido. Prefiero no contar el resto, antes que contarlo mal. La cosa es, seguimos hablando un buen rato, no voy a mentir, hasta que nuestras tripas nos avisaron de que era hora de irse a comer.

Y ese día volví a casa, por primera vez, orgulloso de mi trabajo. Vale, quizás no estuviese entrevistando a la presidenta del gobierno tras un intento de asesinato, pero no me arrepentía ya. Puede que A Voz de Valdeorras no estuviese tan mal, después de todo. Me había mandado a O Grove a entrevistar a una carnicera ganadora de la lotería, y me estaba volviendo a casa con algo infinitamente mejor que el depósito vacío. Y aún no sabía lo mejor, lo que unos días después Juanita me pidió que no contase a nadie. De nuevo, lo siento Juanita, pero necesito hacerlo.

Cuando Odèle me llamó al día siguiente, casi gritando de la alegría, sin importarle estar rodeada de sus compañeras de trabajo, yo no me lo creía. Y cuando lo hice, mi subconsciente me hizo pensar que era obra de Juanita. Creo que fue la primera vez que acertó algo en su vida. Habían llamado a Odèle desde una farmacia de Ourense, diciendo que había una reserva a nuestro nombre y que ya les había llegado la vacuna. Llamé a Juanita y sí, me confirmó que fue ella. El dinero puede hacer mucho. Puede conceder muchos finales felices, duela lo que duela oírlo. Y ya que lo tenía, pensaba usarlo para ello.

No sé cómo agradecerlo. Sé que puede parecer una tontería, algo muy material. Pero sí, para mí fue un final feliz. Y sé que para Odèle también. Uno de los muchos que nos quedan, espero. Volví a O Grove poco antes de escribir esto, quería hablar con Juanita, quería darle las gracias en persona.

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Cuando oí su voz de nuevo, me di cuenta que no era necesario. Había hablado antes de mi viaje con sus compañeros de trabajo, con otros conocidos, y me habían contado detalles similares que había tenido con ellos. Eso es lo que hacía Juanita con el dinero que había ganado. Regalar pequeños finales felices a todo el que podía. A ella le había tocado la lotería, sí, pero para nosotros, ella era la lotería.

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De repente, viéndola sonreír a un niño pequeño que la miraba cogido de la mano de su padre, creo que me di cuenta. Creo que entendí a Juanita, me parece que comprendí por qué hacía lo que hacía. No sé qué fue lo que iluminó mis ideas, y sinceramente, no creo que tenga mayor importancia. Conseguir finales felices a los demás era su final feliz. Estoy seguro. Ese es su secreto, y nuestra lotería.

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"Si vas a inventar algo, que sea un final feliz." 

Aparecen guiños a: Colágeno, Tornillería S.L., A prueba de balas y Mariposas en el estómago. Y si queréis saber que algo sobre los problemas de la hermana de Odèle, leed Los tambores del vértigo.

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