viernes, 10 de junio de 2016

Remando hacia Múnich

Palabras: Remo, Milhouse, Apuesta, Solimón, Aspirina

Xenoveva se detuvo, pensativa, observando como las puertas transparentes se abrían automáticamente ante ella. ¿Cómo lo habían hecho? Dio un paso adelante, se giró, y no pasó nada. Dio otro, se volvió a girar, y tuvo tiempo de ver como las puertas se cerraban de nuevo. Curioso. Estuvo a punto de hacer más pruebas, pero entonces lo recordó. Tenía una apuesta que ganar, tenía prisa.

Asunción le había dicho que no sería capaz de batirla en la prueba de remo. ¡Ja! Ella era la mejor remera de toda la ciudad de Ourense, e iba a demostrárselo. Esa niña con aires de grandeza no sabía dónde se metía. Ella era Xenoveva Caamaño Garcés, una de las pocas mujeres representando a España en las Olimpiadas de Tokio y de México, por el amor de dios.  Y pensaba repetir en las de Múnich, y esa lercha no iba a impedírselo.

Xenoveva se aventuró por los corredores del mercado, intentado recordar qué buscaba. Congelados, leche, cereales… No, no era nada de eso.  Iba a llegar tarde a la carrera, lo estaba viendo venir. Quizás debería irse, ya se acordaría luego y volvería al mercado. Lo último que quería en el mundo era ver la cara de Asunción si le ganaba la apuesta por llegar tarde, esa maldita cara de lagarta con esos ojos desorbitados que parecían seguirla a todas partes. No, no, no.

La mujer dio la vuelta, dispuesta a dirigirse a su cita por fin, cuando se encontró cara a cara con un estante a rebosar de unas pequeñas botellas verdes y amarillas. Solimón, se podía leer en su etiqueta. ¡Claro, era eso¡ Una bebida isotónica para darle fuerzas para la carrera, justo lo que necesitaba. Ahora ya podía ir hacia el río, que aún le quedaba una caminata.

Guardó la botella de Solimón en el bolso y salió todo lo rápido que pudo del mercado. Le habría gustado ir más rápido, pero por algún motivo podía sentir como los huesos de sus piernas y su cadera parecían arder al rojo vivo. Esperaba que se le pasase antes de la carrera, no quería perder por un estúpido dolor de piernas. Nada más salir del establecimiento, mientras esperaba a que cambiase el semáforo, bebió un sorbo de Solimón.

-Meu deus, que noxo!

Sus ojos encogieron para evitar que cayesen las lágrimas, su lengua intentó llorar sin conseguirlo de lo áspera que estaba, todo su cuerpo se puso a estremecer. Dios mío, había sido como lamer un limón. ¿Qué clase de bebidas isotónicas bebía la gente? No había probado en su vida nada tan horrorosamente ácido. Estuvo a punto de tirarlo, pero no lo hizo. Con ese dolor de huesos, necesitaría toda la ayuda posible para ganar a la maldita Asunción. Así que bebió otro trago, y se dispuso por fin a cruzar la calle, y entonces algo la retuvo.

-Vamos a casa, por favor.

Xenoveva se giró al oír esa voz, para encontrarse a un niño de unos doce años tirándole de la manga con su pequeña mano. ¿Quién era ese chaval? Le sonaba de algo. Esas cejas pobladas, esas gafas rojas, esa voz de pito… Nada, no caía. O sí, espera. Aquel chavalín de pelo azul, amigo de Bart Simpson… ¡Milhouse! Claro, debía de ser a él a quien le recordaba.

-Venga, vámonos…

Entonces se dio cuenta de que el chico, ese Milhouse, seguía tirando de su manga con unos ojos al borde del llanto. Pobre, debía de haberse perdido. Tenía que ayudarle a buscar a sus padres. O quizás mejor encasquetárselo a alguien, ella tenía que remar… Se volvió hacia él para decirle que le iba a buscar ayuda, que ella no tenía tiempo, pero esos ojos húmedos que le devolvieron la mirada… Simplemente no fue capaz. Nada, solo le quedaba tener fe en encontrar rápido a los padres del muchacho.

Horas después, el pequeño Breixo caminaba por un estrecho pasillo, mientras se colocaba sus gafas rojas. Como siempre, al llegar al salón se detuvo unos momentos para observar la estantería, repleta de medallas y trofeos de remo antiguos. Sonrió. Entonces escuchó un ronquido, y recordó que no estaba solo en la habitación. Se acercó a la mesa, y se fijó en la pequeña botella de Solimón que había dejado ahí. ¿Por qué le habría dado por ponerse a beber aliño de ensaladas?

La tiró a la papelera, y dejó en su lugar un vaso de agua, y a su lado una caja de aspirinas. Y luego su vista se volvió hacia esa anciana que dormía en su sofá. Esa mujer con la fina melena blanca fluyendo salvajemente sobre los cojines, esa mujer que hasta hacía un par de años lo cuidaba como si fuese su hijo. Esa mujer que había sido un referente mundial en el mundo del deporte, quien había inundado su hogar con decenas de trofeos . Esa mujer que ahora no recordaba ni su nombre.

-Venga abuela, despierta, que tienes que tomarte la aspirina.

- Milhouse, meu fillo, quedei durmida. Seica vou perder a aposta…


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"Bebo para olvidar, pero ahora... no me acuerdo de qué." 
Frida Kahlo

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